Si no hay inflamación visible, no hay lesión ¡Falso!
La ausencia de inflamación visible no significa que no exista una lesión. Muchas alteraciones musculares, tendinosas, articulares o nerviosas no se manifiestan externamente, pero pueden generar dolor y limitar tu día a día.
Una de las creencias más extendidas cuando aparece dolor es pensar que, si no hay hinchazón, enrojecimiento o calor en la zona, entonces “no pasa nada”. Muchas personas retrasan la consulta al fisioterapeuta porque no ven signos claros de inflamación y asumen que el dolor desaparecerá solo. Sin embargo, esta idea es falsa y puede hacer que una lesión leve acabe convirtiéndose en un problema crónico.
En este artículo te explicamos por qué puede existir una lesión sin inflamación visible, qué tipos de daños no siempre se “ven” desde fuera y por qué una valoración profesional es clave para evitar complicaciones.
¿Qué entendemos por inflamación?
La inflamación es una respuesta del organismo ante una agresión: un golpe, una sobrecarga, una rotura, una infección… En los casos más evidentes, se manifiesta con los conocidos signos clásicos:
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Hinchazón.
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Enrojecimiento.
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Calor local.
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Dolor.
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Pérdida de función.
Cuando estos síntomas aparecen, es fácil identificar que algo no va bien. El problema es que no todas las lesiones generan una inflamación visible, especialmente en fases iniciales o en tejidos profundos.
Lesiones que no siempre se inflaman por fuera
En consulta vemos a diario pacientes con dolor claro, limitación funcional e incluso pérdida de fuerza… pero sin inflamación aparente. Algunos ejemplos frecuentes:
1. Sobrecargas musculares profundas:
No todas las sobrecargas generan hinchazón externa. Un músculo puede estar fatigado, contracturado o con microlesiones internas sin que la piel muestre ningún cambio.
2. Tendinopatías crónicas:
En fases iniciales o crónicas, muchos tendones no se inflaman de forma visible. El tejido se degenera, pierde calidad y duele al moverse, pero no siempre se hincha.
3. Lesiones nerviosas:
Los nervios no se inflaman como un músculo. Una compresión o irritación nerviosa puede provocar dolor, hormigueo o pérdida de fuerza sin ningún signo externo.
4. Problemas articulares:
Alteraciones en la movilidad de una articulación, bloqueos o disfunciones mecánicas pueden generar dolor sin inflamación visible, especialmente en columna, cadera o mandíbula.
5. Dolor miofascial:
Los puntos gatillo producen dolor local y referido, pero rara vez provocan hinchazón. Aun así, pueden ser muy limitantes.
El error de aguantar porque no se ve nada
Uno de los mayores riesgos de este mito es el retraso en el tratamiento. Muchas personas continúan entrenando, trabajando o realizando su vida normal porque “no parece grave”. Esto puede provocar:
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Cronificación del dolor.
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Adaptaciones incorrectas del movimiento.
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Compensaciones en otras zonas del cuerpo.
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Mayor tiempo de recuperación posterior.
Cuanto más tiempo pasa una lesión sin tratarse correctamente, más difícil suele ser su recuperación.
El dolor es una señal, aunque no haya inflamación
El dolor es una señal de alerta del cuerpo, no siempre un reflejo directo de inflamación. Puede aparecer por:
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Sobrecarga repetida.
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Falta de descanso.
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Estrés mantenido.
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Déficits de fuerza o movilidad.
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Alteraciones biomecánicas.
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Mala pisada o postura.
Ignorar el dolor solo porque “no se ve nada” es como ignorar una luz de aviso en el coche porque el motor no echa humo.
La importancia de una valoración profesional
En fisioterapia no nos basamos solo en lo que se ve desde fuera. Una valoración completa incluye:
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Historia clínica detallada.
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Exploración manual.
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Pruebas de movilidad y fuerza.
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Evaluación del gesto deportivo o funcional.
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Estudio biomecánico si es necesario.
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Ecografía musculoesquelética en muchos casos.
Gracias a estas herramientas, podemos detectar lesiones internas, alteraciones del tejido o problemas funcionales incluso cuando no hay inflamación visible.
¿Por qué algunas lesiones no se inflaman?
Existen varias razones por las que una lesión puede no mostrar inflamación externa:
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El tejido afectado es profundo.
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El proceso es lento y progresivo.
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El cuerpo se ha adaptado al daño.
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El problema es más funcional que estructural.
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El sistema nervioso está implicado.
Esto es especialmente frecuente en personas que llevan tiempo con molestias, deportistas que entrenan con dolor o pacientes con trabajos repetitivos.
Tratar antes de que el problema vaya a más
Uno de los grandes beneficios de la fisioterapia es intervenir antes de que aparezca una lesión mayor. Cuando se detecta un problema en fases iniciales, el tratamiento suele ser:
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Más corto.
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Menos invasivo.
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Más eficaz.
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Con menor riesgo de recaídas.
No hace falta esperar a que el dolor sea intenso o visible para pedir ayuda.
¿Cuándo deberías consultar aunque no haya inflamación?
Te recomendamos acudir a un fisioterapeuta si:
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El dolor dura más de una semana.
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Notas rigidez o pérdida de movilidad.
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El dolor reaparece con la actividad.
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Sientes debilidad o inseguridad al moverte.
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Hay molestias nocturnas o al despertar.
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Algo “no va bien”, aunque no se vea.
Escuchar al cuerpo a tiempo marca la diferencia.
La fisioterapia no trata solo lo que se ve, sino lo que realmente está ocurriendo en el cuerpo. Una valoración temprana y un tratamiento adecuado pueden evitar que un problema pequeño se convierta en algo mucho más serio.
Si tienes molestias, aunque no haya hinchazón ni enrojecimiento, no las ignores. Tu cuerpo te está hablando, y la fisioterapia puede ayudarte a entender qué necesita.